El 13 de Junio nació mi segunda hija Ninna Grace Tercero. No puedo describir la alegría que sentí al ver su rostro por primera vez. Sentir sus manos y sus pies tan pequeños y frágiles fue una emoción increíble. Una gran porción de mi corazón acababa de ser impreso con su nombre y nada ni nadie podrán borrarlo. Y aunque esto ya lo había experimentado una vez cuando mi primera hija Emma nació, aun así temblaba de la emoción, tenía los mismos nervios y simplemente las lágrimas de alegría y agradecimiento con Dios corrían por mis mejillas.
Al verlas me doy cuenta que no importa lo que hagan, yo daría mi vida por ellas sin pensarlo. Que tomaría cualquier sufrimiento por ellas. Que sería capaz de soportar todo lo que dieran mis fuerzas y aún más para que a ellas no les pase nada. Que aún si me fallaran y me quebraran el corazón, yo allí estaría para ellas y les extendería mi mano. Que el día en que se marchen, mi alma se romperá y cada día un abrazo y un beso les estará esperando hasta el momento en que regresen.
Y entonces pienso que si yo podría hacer todo esto por ellas, ¿Cuánto más el Señor por nosotros?
El capítulo 7 del evangelio de Mateo dice en los versos 9 al 11:
¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuanto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!
Y luego Romanos 8 verso 32 dice: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?
Y el verso 35: ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro o la violencia? Verso 38 Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni Los Ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Nuestro amor por nuestros hijos es grande ciertamente. Pero el amor que Dios siente para sus hijos es increíblemente infinito.
Tenemos el privilegio de amar a través de nuestros hijos. Pero mayor aún es el deber que tenemos diariamente de agradecer y valorar el amor que Dios nos da.
Todas las cosas que tú y yo podríamos hacer por nuestros hijos, Dios lo ha hecho ya. Imagina cuánto más podrá hacer.